Ahí se elevó un árbol. ¡Oh pura trascendencia!
¡Oh, Orfeo canta! ¡Oh, árbol alto en el oído!
Y todo calló. Pero aún en el callar hubo
un nuevo comienzo, un cambio, una señal.
Animales de silencio emergieron
de la selva libre y clara, desde el nido y la guarida;
y entonces se vio que no era por astucia ni por miedo
que habían permanecido tan callados en sí mismos,
sino porque escuchaban. El rugir, gritar, bramar
parecían mezquinos a sus corazones. Y allí donde
había apenas una choza para acogerlo,
un refugio hecho del más oscuro deseo
y con los pilares temblando de la puerta,
ahí, tú les levantaste un templo en el oído.
(Rainer Maria Rilke)
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