jueves, 28 de mayo de 2015

"Soneto XXV", de Pablo Neruda

Antes de amarte, amor, nada era mío:
vacilé por las calles y las cosas:
nada contaba ni tenía nombre:
el mundo era del aire que esperaba.


Yo conocí salones cenicientos,
túneles habitados por la luna,
hangares crueles que se despedían,
preguntas que insistían en la arena.


Todo estaba vacío, muerto y mudo,
caído, abandonado y decaído,
todo era inalienablemente ajeno,

todo era de los otros y de nadie,
hasta que tu belleza y tu pobreza
llenaron el otoño de regalos.


(Pablo Neruda)

martes, 26 de mayo de 2015

"Como la hiedra", de Leopoldo Panero

Por el dolor creyente que brota del pecado;
por haberte querido de todo corazón;
por haberte, Dios mío, tantas veces negado,
tantas veces pedido, de rodillas, perdón.

Por haberte perdido; por haberte encontrado.
Porque es como un desierto nevado mi oración;
porque es como la hiedra sobre un árbol cortado
el recuerdo que brota cargado de ilusión.

Porque es como la hiedra, déjame que te abrace,
primero amargamente, lleno de flor después,
y que a mi viejo tronco poco a poco me enlace,

y que mi vieja sombra se derrame a tus pies.
¡Porque es como la rama donde la savia nace,
mi corazón, Dios mío, sueña que tú lo ves!


(Leopoldo Panero)

jueves, 14 de mayo de 2015

"Pequeña astra", de Benn Gottfried

El cadáver del conductor
de un camión de cerveza
fue alzado sobre la camilla.
Alguien le había colocado entre los dientes
una pequeña flor
oscura — clara — lila.
Cuando le saqué el paladar y la lengua
desde el pecho
con un largo cuchillo
debajo de la piel
he debido rozarla
porque la flor se deslizó
hacia el cerebro vecino.
La guardé en el tórax
entre el serrín
cuando lo cosían.
¡Bebe hasta saciarte en tu vasija!
¡Descansa en paz,
pequeña astra!


(Benn Gottfried)

"Diálogo", de Ernst Maria Richard Stadler

Dios mío, a ti te busco. Implorando la entrada, mira que me arrodillo ante tu umbral.
Mírame aquí, extraviado, mil senderos me arrastran a lo desconocido,
y ninguno de ellos me conduce a casa. Permite que huya hacia el refugio de tus jardines,
que en su tranquilidad de mediodía vuelva a hallarse mi vida dispersada.
Siempre he ido corriendo tras luces de colores,
ávido de maravillas hasta que los deseos y la vida y su fin desaparecieron en la noche.
Ahora el día alborea. Y es ahora cuando mi corazón, encerrado en la cárcel de sus propias 
acciones,
angustiado pregunta si es que tuvo sentido aquel tiempo confuso y malgastado.
Y no hay respuesta alguna. Siento tambalearse en medio de tormentas,
sin rumbo por el mar, lo que mi nave lleva de cargamento último.
Y el barco de la vida, el que por la mañana se mecía osado, emprendedor,
destroza sus tablas contra el monte imantado de un destino loco.

Paz, alma mía. ¿Acaso nada sabes de tu propia patria?
Mira, pues: en ti estás. La luz incierta que le confundía
era la lámpara sin fin que arde ante el altar de tu vida. ¿Por qué tiemblas en la oscuridad?
¿No eres tú, acaso, el instrumento mismo en el que el alboroto
de la totalidad de los sonidos se unifica en un baile nupcial? ¿No oyes la voz del niño
que quedamente canta para ti desde lo más profundo?
¿No sientes, puro, el ojo que se inclina sobre la más salvaje de tus noches?
Oh, manantial que de las mismas ubres se alimentó con aguas turbias y claras.
Oh, rosa de los vientos de tu propio destino, tormenta, noche de tempestades y 
tranquilidad,
todo tú mismo: purgatorio, ascensión y el eterno retorno.
Contempla, pues; tu último deseo, al que tendió tu vida unas manos ardientes,
ya brillaba prendido en el cielo de tu afán más temprano.
Tu dolor, tu placer desde siempre yacían encerrados en ti, como en un cofre,
y no hay nada de lo que fue y será que no haya sido tuyo desde siempre.



( Ernst Maria Richard Stadler)