lunes, 30 de enero de 2012

"El don", de Amalia Bautista

El dios más poderoso te concedió ese don,
muy pocos lo poseen, casi ninguno
en tanta cantidad y con tal fuerza.
Pero debes cuidarte de emplearlo
sólo con quienes de verdad merezcan
esa demostración de tu poder.
Eres capaz de transformar el aire
en alquitrán, de provocar el odio
a la vida y el ansia de la muerte,
sabes sembrar el vértigo y el daño
y crear el vacío donde pisas,
puedes secar los labios y los ojos,
desterrar la esperanza y los deseos,
matar la fe y hacer surgir desiertos
que el corazón entierran para siempre.
Conmigo has sido generoso, y largo
tiempo me has regalado los efectos
de tu implacable don. Ya es hora
de que vayas buscándote otra víctima.
En mi alma no cabe
ni media gota más de ese veneno.


(Amalia Bautista)

"Asombro", de Karol Wojtyla

La bahía del bosque baja
al ritmo de arroyos de montaña,
en este ritmo Te me revelas,
Verbo Eterno.
Qué admirable es Tu silencio
en todo desde que se manifiesta
el mundo creado…
que junto con la bahía del bosque
por cada cuesta va bajando…
todo lo que arrastra
la cascada argentina del torrente
que cae rítmicamente desde las alturas
llevado por su propia corriente…
-llevado, ¿adónde?
¿Qué me dices, arroyo de montaña?
¿En qué lugar te encuentras conmigo?
conmigo que también voy de paso-
semejante a ti…
¿Semejante a ti?

(Déjame parar aquí-
déjame parar en el umbral,
he aquí uno de los asombros más sencillos).
Al caer, el torrente no se asombra.
Y los bosques bajan silenciosamente al ritmo del torrente
-pero, ¡el hombre se asombra!
El umbral en que el mundo lo traspasa
es el umbral del asombro.
(Antaño a este asombro lo llamaron "Adán").

Estaba solo en este asombro
entre los seres que no se asombraban
-les bastaba existir para ir pasando.
El hombre iba de paso junto a ellos
en la onda de los asombros.
Al asombrarse, seguía surgiendo
desde esta onda que lo llevaba,
como si estuviera diciendo alrededor:
"¡para! -en mí tienes el puerto",
"en mí está el sitio del encuentro
con el Verbo Eterno"-
"¡para, este pasar tiene sentido",
"tiene sentido… tiene sentido… tiene sentido!"

(Karol Wojtyla -Juan Pablo II-)

domingo, 29 de enero de 2012

"Criaturas de la noche", de Eduardo Rezzano

Una cucaracha
me tocó el brazo
y mi gesto lo dijo todo

Me preguntó ¿tanto asco
te doy? y me ofreció
la mitad de su chicle

Acaricié su dorso
que no emitía música
y pensé

si fueras un grillo qué
clase de conversación
estaríamos teniendo

(Eduardo Rezzano)

"Advertencia al lector", de Nicanor Parra

El autor no responde de las molestias que puedan ocasionar sus escritos:
Aunque le pese.
El lector tendrá que darse siempre por satisfecho.
Sabelius, que además de teólogo fue un humorista consumado,
Después de haber reducido a polvo el dogma de la Santísima Trinidad
¿Respondió acaso de su herejía?
Y si llegó a responder, ¡cómo lo hizo!
¡En qué forma descabellada!
¡Basándose en qué cúmulo de contradicciones!

Según los doctores de la ley este libro no debiera publicarse:
La palabra arco iris no aparece en él en ninguna parte,
Menos aún la palabra dolor,
La palabra torcuato.
Sillas y mesas sí que figuran a granel,
¡Ataúdes!, ¡útiles de escritorio!
Lo que me llena de orgullo
Porque, a mi modo de ver, el cielo se está cayendo a pedazos.

Los mortales que hayan leído el Tractatus de Wittgenstein
Pueden darse con una piedra en el pecho
Porque es una obra difícil de conseguir:
Pero el Círculo de Viena se disolvió hace años,
Sus miembros se dispersaron sin dejar huella
Y yo he decidido declarar la guerra a los cavalieri della luna.

Mi poesía puede perfectamente no conducir a ninguna parte:
«¡Las risas de este libro son falsas!», argumentarán mis detractores
«Sus lágrimas, ¡artificiales!»
«En vez de suspirar, en estas páginas se bosteza»
«Se patalea como un niño de pecho»
«El autor se da a entender a estornudos»
Conforme: os invito a quemar vuestras naves,
Como los fenicios pretendo formarme mi propio alfabeto.

«¿A qué molestar al público entonces?», se preguntarán los amigos lectores:
«Si el propio autor empieza por desprestigiar sus escritos,
¡Qué podrá esperarse de ellos!»
Cuidado, yo no desprestigio nada
O, mejor dicho, yo exalto mi punto de vista,
Me vanaglorio de mis limitaciones
Pongo por las nubes mis creaciones.

Los pájaros de Aristófanes
Enterraban en sus propias cabezas
Los cadáveres de sus padres.
(Cada pájaro era un verdadero cementerio volante)
A mi modo de ver
Ha llegado la hora de modernizar esta ceremonia
¡Y yo entierro mis plumas en la cabeza de los señores lectores!


(Nicanor Parra)

"Tú vives siempre en tus actos", de Pedro Salinas

Tú vives siempre en tus actos.
Con la punta de los dedos
pulsas el mundo, le arrancas
auroras, triunfos, colores,
alegrías: es tu música.
La vida es lo que tú tocas.

De tus ojos, sólo de ellos,
sale la luz que te guía
los pasos. Andas
por lo que ves. nada más.

Y si una duda te hace
señas a diez mil kilómetros,
lo dejas todo, te arrojas
sobre proas, sobre alas,
estás ya allí; con los besos,
con los dientes la desgarras:
ya no es duda.
Tú nunca puedes dudar.

Porque has vuelto los misterios
del revés. Y tus enigmas,
lo que nunca entenderás,
son esas cosas tan claras:
la arena donde te tiendes,
la marcha de tu reloj
y el tierno cuerpo rosado
que te encuentras en tu espejo
cada día al despertar,
y es el tuyo. Los prodigios
que están descifrados ya.

Y nunca te equivocaste,
más que una vez, una noche
que te encaprichó una sombra
-la única que te ha gustado-.
Una sombra parecía.
Y la quisiste abrazar.
Y era yo.

(Pedro Salinas)

"Oficio", de José Miguel Ibáñez Langlois

Soy cura 
y qué 
otros buscan perlas en el fondo del mar 
o instalan ojos y oídos humanos en la estratosfera
yo trabajo en éste y en el otro mundo
yo tengo el poder de expulsar demonios de las computadoras
yo transformo leprosos en arcángeles
y mujeres de Lot en estatuas de sal
yo me visto como ni los mismos reyes para celebrar la Misa
yo hablo todas las lenguas de Pentecostés y algunas otras nuevas

yo soy la mano de Dios que borra los pecados más increíbles
yo soy el espejo de Dios que camina por la historia sagrada
otros tocan la flauta a las serpientes artificiales
yo resucito muertos
soy cura
y qué.

(José Miguel Ibáñez Langlois)

"De sociedad", de Luis Carlos López

La esposa del banquero, flaca y fría,
que hace música. Yo
junto al Pleyel, tenía
toda la flema de un anglosajón.

Se prolongaba con alevosía
y premeditación
la sonata. Mi tedio me decía
bostezando: ¿por qué no anda el reloj?

Y luego, para colmo
de peras en el olmo,
tuvimos que aplaudir

a la señora del señor pudiente,
pensando injustamente:
¿pero por qué Mozart no fue albañil?


(Luis Carlos López)

"Futbolista", de Abel Feu

Si lo hubiera sabido, futbolista.

Un deportivo hortera y una rubia
todavía más hortera a la salida
de los entrenamientos. Un pendiente
en la orejita izquierda y el flequillo
tenaz que cae y cae sobre mis ojos
y yo aparto —¡qué tío!— con ese gesto
que hasta imitan los niños...
En fin, vida
vidorra, anuncios, goles, entrevistas,
vaya mansión, autógrafos y etcétera...

Lo juro: futbolista. No estos versos
ramplones y prosaicos. No estos años
cabrones. Ni las suposiciones. Ni esperar
a que nunca pase nada...

Y no
poeta, no, ¡no!, no poeta sobre todo,
cualquier cosa antes que este camelo
que mira a lo que lleva: a lamentarse mucho
de uno mismo, a exhibir trapos sucios,
a este strip-tease grotesco, qué vergüenza.



(Abel Feu)

"Mis ojos, sin tos ojos..." de Miguel Hernández

Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos,
que son dos hormigueros solitarios,
y son mis manos sin las tuyas varios
intratables espinos a manojos.

No me encuentro los labios sin tus rojos,
que me llenan de dulces campanarios,
sin ti mis pensamientos son calvarios
criando nardos y agostando hinojos.

No sé qué es de mi oreja sin tu acento,
ni hacia qué polo yerro sin tu estrella,
y mi voz sin tu trato se afemina.

Los olores persigo de tu viento
y la olvidada imagen de tu huella,
que en ti principia, amor, y en mí termina.



(Miguel Hernández)

"La reina", de Pablo Neruda

Yo te he nombrado reina.
Hay más altas que tú, más altas.
Hay más puras que tú, más puras.
Hay más bellas que tú, hay más bellas.

Pero tú eres la reina.

Cuando vas por las calles
nadie te reconoce.
Nadie ve tu corona de cristal, nadie mira
La alfombra de oro rojo
que pisas donde pasas,
la alfombra que no existe.

Y cuando asomas
suenan todos los ríos
de mi cuerpo, sacuden
el cielo las campanas,
y un himno llena el mundo.

Sólo tu y yo,
sólo tu y yo, amor mío,
lo escuchamos.



(Pablo Neruda)