los relojes, las madreselvas, la brisa de las pistas
de aterrizaje, los pañuelos
anudados al cuello,
las gabardinas de color pistacho.
Pero siempre el amor, sus escalpelos
de cirujano de Beverly Hills,
su costura invisible en los bajos de una falda.
Ya, pero siempre el frío, los reflejos
de los escaparates sobre las avenidas,
siempre la luz del miedo de una pérdida
sobre tu cara triste,
de persona sin suerte.
Pero siempre el amor, esos aviones
que parten, esas huellas de neumáticos
en los senderos de grava del jardín.
Pensamientos y dalias
y otras lujosas flores
del otoño.
Pero siempre el aroma delicado
de las intimidades sin futuro...
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