al ritmo de arroyos de montaña,
en este ritmo Te me revelas,
Verbo Eterno.
Qué admirable es Tu silencio
en todo desde que se manifiesta
el mundo creado…
que junto con la bahía del bosque
por cada cuesta va bajando…
todo lo que arrastra
la cascada argentina del torrente
que cae rítmicamente desde las alturas
llevado por su propia corriente…
-llevado, ¿adónde?
¿Qué me dices, arroyo de montaña?
¿En qué lugar te encuentras conmigo?
conmigo que también voy de paso-
semejante a ti…
¿Semejante a ti?
(Déjame parar aquí-
déjame parar en el umbral,
he aquí uno de los asombros más sencillos).
Al caer, el torrente no se asombra.
Y los bosques bajan silenciosamente al ritmo del torrente
-pero, ¡el hombre se asombra!
El umbral en que el mundo lo traspasa
es el umbral del asombro.
(Antaño a este asombro lo llamaron "Adán").
Estaba solo en este asombro
entre los seres que no se asombraban
-les bastaba existir para ir pasando.
El hombre iba de paso junto a ellos
en la onda de los asombros.
Al asombrarse, seguía surgiendo
desde esta onda que lo llevaba,
como si estuviera diciendo alrededor:
"¡para! -en mí tienes el puerto",
"en mí está el sitio del encuentro
con el Verbo Eterno"-
"¡para, este pasar tiene sentido",
"tiene sentido… tiene sentido… tiene sentido!"
(Karol Wojtyla -Juan Pablo II-)
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