domingo, 11 de noviembre de 2012

"Lava", de Adam Zagajewski

Y qué, pensé, si tienen razón
tanto Heráclito como Parménides
y uno junto al otro dos mundos existen,
uno tranquilo, el otro loco; una flecha
corre sin reflexión y la otra la observa
con tolerancia: la misma ola fluye y no fluye,
los animales nacen y mueren al mismo tiempo,
las hojas de abedules juguetean con el viento y a la vez
fenecen en la llama herrumbrosa y cruel.
La lava mata y perpetúa, el corazón golpea
y es golpeado, hubo guerra, no hubo guerra,
los judíos han muerto, los judíos viven, las ciudades ardieron,
las ciudades están en pie, el amor palidece, el beso eterno,
las alas del halcón han de ser marrones,
tú sigues conmigo aunque ya no estamos,
las naves naufragan, la arena canta y las nubes
vagabundean como jirones de velos nupciales.

Todo está perdido. Tanta alucinación. Las colinas
portan cautelosamente las largas banderas del bosque,
el moho trepa por la torre de piedra de la iglesia
y alaba con sus labios tímidamente el norte.
En el crepúsculo, los jazmines como lámparas feroces
brillan aturdidos por su propio resplandor.
En el museo se estrechan ante el lienzo oscuro
las pupilas felinas de alguien. Todo está acabado.
Los jinetes galopan en sus corceles negros, el tirano redacta
la condena a muerte repleta de errores de estilo.
La juventud se vuelve nada en el transcurso
de un solo día, los rostros de las muchachas se tornan
medallones, la desesperación se torna encanto
y los tersos frutos de las estrellas crecen en el cielo
como uvas, y la belleza dura, trémula e impasible,
y Dios está y se muere, y la noche regresa a nuestro lado
cada atardecer, y el rocío anacara el alba.


(Adam Zagajewski)

No hay comentarios:

Publicar un comentario